domingo, abril 29, 2007

trueque

David Chávez

Serían cerca de las cuatro de la tarde cuando perdí el tiempo al esperarla en la puerta del edificio donde vive. Desesperado, me puse a buscarlo. Quizás pudo habérseme escabullido por el bolsillo izquierdo de mi pantalón que olvidé zurcir por completo, o tal vez lo tiré sin querer cuando le pagué al dependiente de la tienda la tercera cajetilla de cigarros que fumaba esa semana. Jamás lo supe ni lo sabré. Antes de comenzar a revisar si estaba entre las juntas de la acera, caído debajo de un automóvil estacionado en la calle desde la mañana, siendo olido por algún perro callejero, decidí calmarme, contener mi molestia por lo ocurrido y explicarle lo que había pasado cuando la escuché decir “hola.buenastardes”. Nunca, juro que nunca olvidaré su forma de tranquilizarme, de neutralizar mi descontento que crecía con el paso de los minutos, de reducir el problema a la nada y equilibrar las cosas: además de pedirme que la perdonara por su tardanza me regaló cinco maravillosas horas de su tiempo a cambio del que yo no habría de recuperar.

Estúpida idea para perder el tiempo (de cómo pensar en cualquier cosa y luego sentirse culpable)

David Chávez

Uno puede pensar cualquier cosa. Pensar, por ejemplo, que puede mudarse de casa. Pero entonces algo, un detalle traicionero en el que no se ha pensado cambia el rumbo de cualquier pensamiento y con ello el estado de ánimo. Y es que uno se siente tan bien pensando en cualquier cosa hasta antes de ese detalle que la tranquilidad llega de a poco, quizás tal vez nunca llegue, y entonces uno aprende a vivir sin una seguridad de poder pensar en cualquier cosa, o pensar en cualquier cosa le hace a uno la vida más llevadera, borra el detalle delator, cuestión de enfoques.

Podríamos pensar en que uno divaga en el trabajo, mientras escribe, por ejemplo, o redacta un informe, o prepara el café por la mañana, o se afeita antes de salir a trabajar. Quizá haya soñado algo que de repente lo hizo levantarse o tal vez la noche anterior se acostó pensando en eso, aunque es posible que la divagación provenga incluso del día anterior, no lo sé. Hay un momento en que el detalle salta como una chispa en la oscuridad e ilumina ciertas cuestiones ignoradas por el pensante en ese momento. Basta que el divagador atienda a esa señal, que generalmente lo hace, y se acabó la tranquilidad. Me explico. Uno sigue la idea y le presta atención hasta en el menor detalle. Es el detalle el que nos aniquila.

La sustitución entre detalle y cualquier cosa ocurre, aunque pueda considerarse que pensar en cualquier cosa y pensar en el detalle de alguna idea no tenga diferencia alguna sino la atención que se le presta a cualquiera de las dos cuestiones, pero tal supuesto es falso. Entendamos ahora que la situación se ha complicado: quien piensa en cualquier cosa deja de pensar en cualquier cosa, en sí no piensa con atención en nada, ningún detalle distrae su atención hasta que llega el flashazo de la idea, el elemento distractor que hará que el sujeto pensante pasivo en cualquier cosa cambie a un estado contemplativo y activo de los detalles de la idea, cualquiera que esta sea y que haya cruzado por su mente.

Encontramos entonces el cambio en el estado de ánimo.

¿Por qué se vuelve traicionero el detalle? Porque tienen que cuidarse las posibilidades. Por ejemplo: no olvidarse de saludar al vecino. En caso de que así ocurriera este pensará que uno no tiene educación, que poco le importa la gente, que es un mal vecino, que es un intruso en el barrio, y el trabajo se complica para el pensante porque debe intentar mantenerse al pendiente de los detalles de la idea y buscar la forma de congraciarse con el vecino y borrar la falsa idea que se tiene sobre él; hay caso excepcionales que hacen del flashazo la idea distractora, pero en casos concretos esto podría significar una contradicción dado que el elemento distractor se presenta antes que la idea de pensar que si se olvida de saludar al vecino este pensará que uno no tiene educación, que poco le importa la gente, que es un mal vecino, que es un intruso en el barrio, y el trabajo se complica para el pensante porque debe intentar mantenerse al pendiente de los detalles de la idea y buscar la forma de congraciarse con el vecino y borrar la falsa idea que se tiene sobre él.

Ambas ideas, como puede notarse, no pueden congraciarse e iniciar en el mismo momento.

El estado de ánimo puede entonces degenerar y convertirse en un malestar ya que la idea y sus detalles llegan a perderse puesto que se busca una solución para resarcir la idea de que, al olvidar saludar al vecino, este pensó que no se tiene educación, que poco importa la gente, que se es un mal vecino, que se es un intruso en el barrio. Aunque he pensado que es posible llegar a desvanecer esta situación al dar prioridad a modificar la idea que el vecino tiene de nosotros sobre la idea distractora o viceversa: que la idea distractora constituya la totalidad de nuestro pensamiento.

Ella poco a poco ofrecerá todos sus posibles detalles al pensante, quien explorará las posibilidades y las irá desechando o poniendo en acción, tal cual sea el caso y la medida en que decida hacer realidad dicha idea.

Es posible que una vez exploradas, explotadas y llevadas a la acción las posibilidades de la idea esta termine por ocupar un lugar en nuestra mente que el tiempo se encargará de cubrir de polvo, hasta que uno pueda dar por concluido tal periodo de nacimiento, desarrollo y muerte de dicha idea y entonces el camino se halle despejado de ideas y pueda uno divagar sobre cualquier cosa o aparezca una nueva idea que nos mantenga entretenidos para no estar pensado en algo como esta estúpida reflexión.

sábado, abril 07, 2007

nunca terminaron de entenderse

david chávez

Leído por casualidad en un periódico de Gördmand: “Detenidos dos ficcioneros en plena flagrancia mientras elaboraban un artefacto literario. Fueron arrestados… también sus miradas, por cómplices”.

Esa noche

david chávez

Usaba maquillaje a granel, de las ocho a las diez en una esquina, como dice la canción. Jimena siempre estaba ahí para todos, para mí, como esa noche que me acerqué a ella para preguntarle lo que todos los demás, lo que le cada hombre que pasaba en su auto le cuestionaba: “¿Cuánto cuesta el servicio?”. Esa noche la invité a subir y accedí a pagar el precio (hay hombres que deben recurrir a la última y obvia opción) después de un encendido intercambio de posturas sobre el próximo proyecto con mi jefe.

Sólo quería relajarme, olvidar lo que pasó. “Entonces, vamos a tu casa”. La llevé. Mi esposa regresaría al día siguiente, “a las cuatro de la tarde, Eduardo, no olvides llevar la acreditación o no te dejarán entrar a la sala del aeropuerto”. Dos güisquis bastaron para que Jimena comenzara a hacer su trabajo: dejó la bolsa en el sillón, se arregló el cabello, encendió la luz de la cocina para luego caminar por el pasillo hasta entrar al estudio. “¿Es aquíí?”, preguntó con una mirada cómplice. Asentí con la cabeza mientras encendía un cigarrillo. Después fui tras ella. “Muéstrame lo que tienes”, dijo mientras la miraba acomodar una pequeña silla cerca del restirador. Al tiempo que deshacía el nudo de mi corbata me acerqué con los planos en la mano. Pude percibir su aroma, su perfume fino que se confundía con el humo del cigarro.

Y comenzó. Terminó el trabajo al alba y yo exhausto por darle tantas indicaciones, por tantos movimientos que Jimena hizo sobre el restirador. Ofrecí llevarla a su casa pero se negó. “Dame el dinero”, sentenció mientras se arreglaba el cabello otra vez. “Me iré en taxi” y no se despidió, sólo cerró la puerta de la entrada con cuidado. Dormiré unas horas. Iré luego al trabajo, a la hora de la comida por mi esposa. No sentiré remordimientos cuando esté con ella, a pesar de que lleve en la bolsa de la camisa la tarjeta de Jimena, de esa arquitecta que salvó mi noche, esa noche, y mi esposa y mi jefe jamás sabrán que el proyecto es tan ajeno a mi como la idea de llevar a otra mujer a mi casa.

jueves, abril 05, 2007

cruce

david chávez

La vimos. Caminaba por la calle y el trueque fue desigual: se llevó nuestro aliento a cambio del perfume de sus virginales nalgas de puta.